«Estaba dotado de un sentido riguroso de la probidad. Era muy exigente consigo mismo en lo tocante a su propia independencia de criterio, y consideraba que todos los demás seres humanos debían cumplir en igual medida con esa obligación. No tuvo una profesión fija, aunque practicó varias; se rehusaba a renunciar a su gran ambición de conocimiento y de acción a cambio de un oficio estrecho o limitado; su vocación era mucho más amplia: pretendía ejercer el arte de saber vivir. “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente —escribe—, enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida, y ver si no podía aprender lo que ella tenía que enseñar, no sea que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido.»
No se casó, vivió solo, nunca fue a la iglesia, no votó, se negó a pagarle al Estado un tributo que a su juicio era injusto, por más que le costara la cárcel. Aunque era un naturalista, jamás recurrió a las armas ni a las trampas del cazador…
…Quería ahorrar “tiempo”: tiempo para leer, tiempo para los lenguajes no escritos (los ruidos del campo y del bosque), tiempo para caminar solo, tiempo para la amistosa conversación, tiempo para conocer el cosmos. “Jamás ningún hombre ha valorado tanto el ocio como Thoreau”, afirma el crítico Oscar Cargill.»
Introducción a «Walden – La vida en los bosques»; Henry David Thoreau.-